lunes, 25 de mayo de 2015

España, o la imprevisible virtud de la ignorancia

Los resultados de las últimas elecciones autonómicas y municipales en España suponen un verdadero cambio en el panorama político español, al menos en cuanto a los partidos y representantes políticos nuevos que han resultado elegidos en esta ocasión. No me atrevo a predecir si este cambio ayudará a mejorar nuestra calidad democrática o si, por el contrario, supondrá tan sólo un relevo generacional sin que el sistema verdaderamente evolucione hacia una democracia más auténtica.

Lo que sí me parece justo reconocer es que España ha dado un ejemplo de que los políticos "de toda la vida" pueden ser desalojados de sus poltronas si la sociedad se siente engañada y estafada por ellos. Y este mensaje es bueno para todos. ¿Será nuestra nueva camada de jóvenes políticos capaz de afrontar con éxito los retos que supone llevar las riendas de un estado, sin caer de nuevo en los mismos errores de siempre? Eso... no lo sé.

Los españoles han dado muestras en esta ocasión de no tener miedo a un giro radical, a pesar de las incertidumbres que nos acechan por todas partes. Tal vez hemos sido arrastrados por el hartazgo hacia nuestra casta política y hemos votado de manera apasionada e ingenua, sin las cautelas que suelen tomar posturas más razonadas, más meditadas. Y quizás esta ingenuidad o ignorancia, como se quiera decir, se haya convertido esta vez en una de nuestras mejores virtudes.

Veremos lo que pasa.




jueves, 14 de mayo de 2015

Premonitorio Russell

Y, al hablar de educación y democracia, es muy importante hacerlo con claridad. Sería desastroso insistir en un nivel absurdo de uniformidad. Unos niños son más inteligentes que otros y pueden obtener mejores resultados de una más esmerada educación. Unos maestros son más laboriosos o despiertos que otros, pero es imposible que todos los niños sean educados por los pocos maestros mejores. Aún cuando la educación más elevada fuera recomendable para todos –cosa que pongo en duda es imposible realizarla hoy día, y una estricta aplicación de los principios democráticos nos llevaría a la conclusión de que ninguno debe tener acceso a ella. Eso sería fatal para el progreso científico, y rebajaría durante un siglo el nivel general educativo. El progreso no debe sacrificarse hoy en beneficio de una igualdad mecánica; debemos avanzar cuidadosamente hacia la democracia educativa para que en este proceso sea destruido el menor número de productos valiosos que actualmente van acompañados de la injusticia social

Bertrand Russell
Desde que leí por primera vez este texto de Russell sentí que el filósofo británico había acertado de lleno en los problemas que puede generar el desarrollo de un sistema educativo en una sociedad democrática. Y también tengo la sensación de que en España no hemos sabido evitarlos. Paso a comentar con algo de más detalle cuáles son las razones que me llevan a pensar así.

1. La generalización de la educación a toda la población es sin duda un gran avance de las sociedades modernas, pero un sistema educativo que sólo ofrece un camino formativo para todos hasta una edad avanzada (por avanzada entiéndanse los 16 años de nuestro periodo de escolarización obligatorio) acaba no sirviendo bien a nadie. Se me dirá que nuestras leyes ofrecen la posibilidad de diversificar las enseñanzas, pero esta diversificación es muy limitada y tiene algo de ficticia. Los programas de diversificación en España se han entendido más bien como una rebaja de los aprendizajes exigibles para conseguir el título de graduado, pero esto no constituye una diversificación profunda, verdadera. Pensando en el ámbito musical, por ejemplo, es como si a todos se les dieran lecciones de guitarra, y a algunos se les diera de una manera más exigente y a otros más elemental y básica... ¿Pero y si alguno lo que deseara en realidad fuera tocar el piano, o el saxo? También se me dirá que el profesor debe tener habilidades para atender la diversidad en el aula, pero, si bien tal vez existen profesores capaces de llevar a cabo de manera eficiente esta atención individualizada y diferenciada a los alumnos, hemos de reconocer que el esfuerzo que puede suponer para el enseñante puede volverse insostenible cuando la diversidad entre los alumnos de un mismo grupo va más allá de lo razonable (y si el grupo es de 1º ESO y tiene 30 chicos el riesgo de trastorno psicológico profundo para el docente empieza a ser plausible...). Pensar que el enseñante debe poder arreglárselas con todo lo que se le venga encima es posiblemente pedir demasiado a cualquier profesional en cualquier ámbito de trabajo (sobretodo cuando no se le ha consultado en relación a los problemas que debe afrontar cada día y las posibles soluciones que pueden ayudar a mejorar su entorno laboral) ...

2. Del mismo modo que Russell menciona el problema de una uniformidad excesiva en un sistema educativo democrático, no se olvida de hacer notar que tampoco es fácil  contar con que todos sus profesores tengan la capacidad necesaria para ejercer su trabajo con un alto nivel de profesionalidad. Y debemos reconocer que en nuestro colectivo (como en muchos otros) tenemos un poco de todo, y que no siempre nos caracteriza la ejemplaridad en nuestras actuaciones. Pero esto no debería resultar tan sorprendente, dado que al universalizar la educación el número de docentes creció considerablemente, y los filtros de su selección se ajustaron a una nueva realidad.  La excelencia, después de todo, es una cualidad precaria en cualquier ámbito (ya sea el deportivo, el académico o el político). Russell deja bien claro esta circunstancia cuando escribe "Unos maestros son más laboriosos o despiertos que otros, pero es imposible que todos los niños sean educados por los pocos maestros mejores". 

3. Russell se percata de que tal vez nuestro ideal democrático de "una formación académica básica para todos", que se traduce en nuestro actual currículum escolar, que obliga a los alumnos a recibir formación de Matemáticas, Lengua, Historia, Ciencia, etc... hasta los dieciséis años puede no ser una meta social conveniente ("Aún cuando la educación más elevada fuera recomendable para todos –cosa que pongo en duda–..."). Aquí Russell (o al menos eso me parece) intuye que la diversidad de los seres humanos hace que querer hacer pasar a todos por el "mismo aro" puede ser un error. Tal vez hay jóvenes que deberían tener un currículum donde el deporte fuera el eje central de su formación, o las disciplinas artísticas, o las profesiones manuales, etc... En nuestro país ninguna de estas opciones se ofrece con seriedad antes del Bachillerato en el sistema educativo reglado, y dicha oferta es muy limitada.

3. Así pues, nuestro sistema educativo uniforme, junto con un excesivo énfasis en la comprensividad y la inclusividad, aplicado tanto a alumnos como a profesores (ya no existen en la práctica distinciones importantes entre profesores y catedráticos en los centros de secundaria, por ejemplo), nos ha puesto a todos al mismo nivel... Y para que ese nivel sea aceptado mayoritariamente no hay más remedio que mantenerlo bien bajo, puesto que, como mencionaba antes, la excelencia es un bien precario. Me interesa aquí recalcar esta doble vertiente que afecta por un lado al alumnado y por el otro al profesorado: Todos los estudiantes medidos por el mismo rasero; todos los docentes considerados con el mismo estatus.

4. ¿Quién sale perdiendo vistas las cosas así? Tal vez los alumnos no, que ven que superar su formación escolar no tiene especial dificultad... Tal vez los profesores no, que sabemos que nuestro salario depende sobretodo de los años ya impartidos de docencia y no del empeño que hayamos puesto en la labor... En el fondo la que pierde es la sociedad en su conjunto, que con una educación basada en objetivos tan parcos no puede hacer frente ni al progreso científico ni al social que requiere un mundo (por desgracia) todavía muy complejo y lleno de desafíos.

Como conclusión de lo anterior no nos  queda más remedio que retornar a Russell y confirmar sus malos presagios cuando advertía de que, si las cosas no se hacían con mucho cuidado al implantar un sistema educativo en una sociedad democrática, podían derivarse consecuencias muy perjudiciales para la misma. Y es que, en efecto, todo parece indicar que en España hemos sacrificado el progreso en beneficio de una igualdad mecánica.